(viene de acá)
Fuimos unas de las últimas comisiones de mi colegio, creo yo, en tener Mecanografía como materia, en primer año. Las viejas, gastadas y machacadas maquinotas, llenas de grasa y metal frío, constrastaban enormemente con la preciosa, pulcra y portátil Olivetti amarilla que mi hermano usaba para escribir sus cuentos de ciencia ficción.
Tener 13/14 años, dejar el primario y empezar a tomar colectivos para ir a estudiar, tan temprano que asi era de noche, fue raro, pero no sé si tan difícil. Me dio la chance de explorar y de apreciar los viajes, que siempre cruzaron mi vida.
Mientras me machucaba los dedos en clase y seguía resistiéndome a escribir con las teclas en casa, usando mi horrenda letra manuscrita para todo, se aproximó justamente un viaje que cambiaría muchas cosas.
Tenía 15, creo yo, o poco faltaría. Un campamento escolar en Bariloche dio la excusa para conocer a un grupo del otro curso. De pronto, todo renació, pero para otra parte. Con un compañero comenzamos a hablar de comics estadounidenses, principalmente de Batman, y descubrimos qué tanto nos gustaba. Todavía recuerdo la nieve a un costado del camino, con la que saciábamos la sed, la enorme caminata y el árbol a partir del cual dimos la vuelta y empezó esa charla.
Ese compañero me presentó a otros de su curso, y de pronto mi círculo social se agrandó enormemente. Todavía hoy, muchos de esos amigos de la secundaria lo siguen siendo. Fueron mi cubil friki, mi comunidad nerd de aficionados a los comics, las películas, la literatura fantástica y de otros tipos. Fueron también mis primeros compañeros en los juegos de rol, así que nos unen más aventuras (jugadas, leídas y vistas) de las que nos podemos imaginar.
No pasó mucho tiempo antes de que mi afición a la escritura y mi gusto por los comics de superhéroes, que comencé a comprar con lo poco que ahorraba, se unieran con la natural habilidad de dibujo de ese primer amigo con el que habíamos hablado de Batman. Diseñamos personajes y todo; también creé una historia para cada uno de ellos y anoté ideas de lo que iba a suceder.
Las sucesivas migraciones y evoluciones de mis computadores me permiten encontrar algunos fragmentos de esas ideas en este disco rígido; otras permanecen en mi cerebro, y creo que por ahí habrá tirado algún boceto. La inconstancia y la ignorancia sobre cómo hacer un guión (o un comic, en general) dejó todo ahí.
Sin embargo, seguí teniendo ideas que no eran para las páginas de libros. Y seguí comprando comics durante toda mi adolescencia, principalmente de superhéroes, pero cada tanto, de otra cosa. Recuperé todo lo que pude, desde revistas Nueva Aventura viejísimas, gastadas, hasta revistas Cimoc y cosas así, además de números de X-men y Batman.
Llegué a la universidad. Y todo eso siguió siendo parte mía.
(continuará...)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario